Camina por la calle de una ciudad en la que no entiende ni una sola palabra. Toma su teléfono y marca el número que la conectará con la maquina contestadora en la que no dejará ningún mensaje. Teclea en su computadora el texto que espera sea leído pero no descifrado. Escucha aquella canción que la lleva de un suspiro a alguno de aquellos momentos. Pone en su televisor la película que le hará extrañar todo aquello que no ha conseguido. Trata de aprender el lenguaje mágico que la llevará a la tierra misteriosa del quizá. Se sienta en su cama a contar los minutos que pasan desapercibidos. Se hace todas esas preguntas que no tendrán respuesta. Y grita, grita con todas sus fuerzas, grita, pero nadie contesta.
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