El fin de semana que pasó ha quedado grabado en mi vida con letras de esperanza y confirmación. Empezó en un aeropuerto, como toda historia de amor a distancia, y al pasar de los días se fue pintando de matices de ternura, sorpresa y excitación. Viviendo esos momentos que nos llevan a recordar por qué seguimos juntos, con risas y paseos en bicicleta y con alguna que otra gotita de sal rodando por las mejillas.
Entre pláticas, a veces seguimos encontrando huecos de incertidumbre, entre las nacionalidades distintas, entre los idiomas diferentes, entre los conflictos internos no resueltos respecto a la vida profesional. Seguimos encontrando esos motivos que mantienen nuestras mentes ocupadas buscando soluciones que sólo el tiempo puede traer.
Anteayer que venía en el avión de regreso a casa después de un viaje increíble encontraba un pasajero con una historia similar a la mía pero con un futuro menos prometedor. Diez horas en el avión, recordando, sonriendo, extrañando, y en la pantalla frente a mí, el final de una película, el héroe regresa a casa, donde unos brazos cálidos lo esperaban. Me encantan los finales felices, y aunque sé que la mayoría de “los finales son sólo el principio” de otra historia, en mi mente cruza un deseo; yo también quiero que mi próximo final, sea un final feliz.
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